martes, 11 de septiembre de 2012

Fiesta de las Colectividades - Día del Inmigrante

El 4 de septiembre de 1949 se decretó la celebración del día del inmigrante en la Argentina en conmemoración de una disposición de 1812 que instaba a proteger a todos los individuos de cualquier nación que quisiera vivir en el país. En este marco se celebró la Fiesta de las Colectividades en el predio de la Dirección Nacional de Migraciones. 


El día estaba especial, soleado y algo fresco, ideal para estar afuera. Como amo las ferias, mercados, celebraciones populares, lo que sea que se haga en la calle y con cocinas improvisadas en carpas o puestos, supe que este fiesta iba a estar buena. Sabía que todos los años se celebraba la fiesta de las colectividades en Buenos Aires, pero nunca había ido. Esta vez me aseguré de no olvidarme, de no acostarme muy tarde ni con excesos encima y me comprometí conmigo misma a levantarme el domingo, sacar a mi novio de prepo e ir a almorzar por esos lares.
El predio de la Dirección Nacional de Migraciones resultó un lugar excelente para un evento de estas características. Había mucha gente, pero no de esas cantidades que molestan y que sacan las ganas de todo. Se montó un escenario donde cada una de las colectividades presentaba sus danzas y trajes típicos, que llenaba el lugar de música y colores. En cada una de las carpas, o stands,  se podían comprar artesanías o degustar platos típicos de cada lugar. Y acá es donde nos detuvimos. 
Shawarma a la dominicana
En el recorrido (y espero no olvidarme de ninguna) se encontraban en la entrada las carpas de Haití, sirviendo tragos y jugos de papaya, maracuyá, frutilla y ananá, entre otras frutas caribeñas. El stand de República Dominicana, ofrecía empanadas de yuca, cilantro y queso, y la versión dominicana del shawarma (de pollo), de lo dulce, tortas de chocolate y frutas.

Los stands de Perú (había dos), se llevaron todos los premios. Un "parrillero" preparaba anticuchos en el momento, que servían sobre yuca hervida y acompañadas de choclo. 
Anticuchos peruanos



Para seguir, había una gran variedad de platos criollos que se servían a más no poder, con mucho público de la comunidad peruana y unos cuantos otros que probaban de todo un poco: papas huancaína, papas rellenas, secos de pollo y de cordero, pollo a las brasas, pollo frito, ceviche y mucho más. De postre, infaltable: la leche quemada. Estuve a punto de probar los anticuchos, pero para cuando llegué ya no podía comer más nada. Y como suelo comer comida peruana bastante seguido en el Abasto, preferí probar otras cosas. De todos modos no dejé de pasar unas cuantas veces para ver la cantidad de platos que ofrecían.


Más cerca de la tarde, una señora freía constantemente "picarones": una suerte de buñuelo dulce hecho de camote (o batata) y bañado en miel de fruta (un almibar hecho con ananá, manzana, membrillo y otras frutas), para chuparse los dedos. 
Siguiendo el mapa de las carpas, toca el Congo, con brochettes de carne marinados (que no llegué a probar) y miel de jengibre que se vendía para llevar. Un poco más adelante, pero dentro del mismo continente, estaba el stand de Nigeria. Después de haber quedado totalmente fascinada con la comida etíope, tenía que probar lo que ofrecían los nigerianos. Además de la versión nigeriana del shawarma, los dos platos para probar eran el Steak Suya y Ngwo-Ngwo. 

El Ngwo-Ngwo es un  tipo de guiso que se prepara sólo para ocasiones muy especiales. Originariamente se preparaba con cabeza, seso y tripa de cabra. Hoy en día ya no se usa la cabeza sino otras partes de la cabra u otros tipos de carne, como el cordero. El ingrediente especial es el aceite de palma, que se usa para saborizar y dorar los vegetales.
Steak suya
El Steak Suya es una carne de cordero, marinada en una salsa de maní procesado con paprika, pimienta de cayena, jengibre y limón. A mi no me encantó, no por lo que era sino porque no estaba bien cocido, igual creo que vale la pena darle una segunda oportunidad.

De Nigeria a Alemania, donde a las tradicionales salchichas ahumadas con chucrut se sumó una pata de jamón ahumado cocido a la cerveza. Qué puedo decir? Una delicia. El jamón cocido sobre un colchón de cebollas y morrones embebidas en la cerveza  servidos en sandwich o al plato. Una exquisites. Obviamente, había que bajarlo con cerveza tirada. La cual conseguí en otro stand de los alemanes del Volga, helada y con gas, algo que no suele suceder en este tipo de eventos. 

Después de esto mucho más no podía comer, pero hice un esfuerzo y probé unas empanadas bolivianas de pollo que no tenían desperdicio. De masa bien amarilla, con papa, aceitunas enteras (con carozo) adentro y ese juguito que da pena que se chorree.

Siguiendo el recorrido encontramos los stands de Rusia, preparando blinis (suerte de "wafle" tradicional de la zona de Europa del Este que tradicionalmente se come con salmón y se condimienta con eneldo) salados y dulces, y kapusta, la salchicha con chucrut rusa, que, hasta donde me explicaron, tiene un modo de preparación distinto de la versión alemana, que lo hace menos ácido y fuerte.





En Grecia, la pastelería y el café se agotaron antes que nada después del almuerzo. El baklavá, postre de masa philo relleno con nueces y bañado en almíbar fue la estrella del stand.


El stand de Japón ofrecía "Teri-pan", un sandwich de pollo con vegetales bañado con salsa teriyaki. Hablando de Asia, lo llamativo es que no había un stand de China, siendo la comunidad tan grande en nuestro país.
A medida que se iba haciendo tarde, iba refrescando y hubo que apurarse para probar el resto de las cosas. El stand de Venezuela ofrecía sus arepas en distintas versiones, al igual que el de Colombia, donde probamos de las úlitmas empanadas de carne hechas con harina de maíz y, de postre, un mousse de maracuyá preparada al mejor estilo chocotorta (con galletitas de chocolate en el medio) que cerró mi día.
Por su puesto que no faltaron los puestos de las comunidades árabes. En el stand del Libano, las estrellas fueron el shawarma, fatay (las famosas empanadas), yabra (mezcla de arroz y carne envuelta en hoja de parra), y los postres tradicionales. Las empandas armenias (que cocinaban a la parrilla) se terminaron primero que cualquier otra cosa. Siguiendo el recorrido, y para no olvidarme de nadie, estaban los puesto de la comunidad albana; brasileña (vendiendo caipirinhas, coxinhas, feijoada y cocadas entre otras cosas); en Chile ofrecían empanadas, en Austria su propia versión de la pata de jamón ahumado, y, al lado, Polonia, ofrecía shots de vodka polaco. En Croacia, su propia versión de salchichas con chucrut
 México con sus tacos y nachos con queso que ya se ganaron un lugar en el paladar argentino (sobre todo el más jóven). Restan Uruguay con sus chivitos, Panamá con sus dulces y empanadas, Cuba y sus daikiris y habanos. La comunidad vasca también estuvo presente, la española y la italiana, donde -mal que me pese- las colas eran interminables para comer empanada gallega y pizza.
En un día que ayudó muchísimo, la fiesta fue realmente una fiesta. La oferta gastronómica fue mucha y variada. Festejar la diversidad de nuestro país, valorar las costumbres y cultura de quienes ayudaron y ayudan a construirlo día a día es lo que más deberíamos destacar de este tipo de celebraciones. Cuanto más grandes las diferencias, mayor la riqueza. En este sentido, la gastronomía cumple un rol fundamental. Hasta el más reacio a aceptar esas diferencias logra ablandarse al probar nuevos sabores y entender de dónde vienen y por qué son como son. Dar la posibilidad de acceder a esas culturas una vez al año (o tal vez más) es un buen camino para seguir avanzando, no sólo en la aceptación del otro y su cultura, sino también en la posibilidad de ir descubriendo nuevas experiencias que nos enriquecen individualmente.

El agradecimiento: a mi amor, que se anima a probar cualquier cosa conmigo y ya casi está entrenado como un excelente sibarita (y que lo saqué de la cama para acompañarme!)

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